Ya les hablé de mi gusto por la música y de cómo no pude aprender a tocar un instrumento sino hasta entrado en la adolescencia.
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Sin embargo, cuando era niño un cierto día el primo Jorge (un primo lejano que residía en Valera, estado Trujillo, y que muy esporádicamente nos visitaba) u apareció en casa de visita con un regalo para mí, que para entonces tendría unos 7 u 8 años. Oh sorpresa! Era un pequeño acordeón de juguete. Creo que no hace falta decir que se convertiría en mi juguete favorito, al punto que mis padres llegado el momento tuvieron que esconderlo porque el ruido infernal que hacia todo el día ya se les hacía insoportable.
Años más tarde, y quizás viendo que mi interés y curiosidad hacia la música no tenían vuelta atrás, mi padre me compró un cuatro venezolano cuando regresaba de un viaje de trabajo a Barquisimeto (la llamada ciudad musical). Era un instrumento bastante sencillo e impreciso en su escala, evidentemente un souvenir, pero con él pude aprender mis primeros “charrasqueos” de la mano del profesor Antonio Domínguez en el liceo donde cursaba mi educación media y diversificada.
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